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domingo, 4 de abril de 2010

La esclavitud del Embrión (parte II)


El aborto y la manipulación de embriones como una “opción” que se atribuye la propia madre, es sin duda una solución banal y errática propia de sociedades mediocres que se aproximan más a la crueldad que al progreso; y ser el verdugo de tu propio hijo es llevar al límite esa crueldad. “Nacidos para morir” es la corta historia de aquellos embriones y fetos que coquetean con la vida en los primeros instantes de la misma y que, en el mismo vientre de su madre, la perderán, porque en unos días se convertirá, sin ellos saberlo, en su propio patíbulo.
Luchar contra todo tipo de esclavitud es digno y honroso hacerlo y ello debiera ser una constante en nuestro día a día, por cuanto pretender la denuncia mundial de una práctica que atenta contra la vida y la dignidad humana, además de una clara violación del derecho internacional humanitario, es justo para quien la padece.
El valor de la libertad aparece a finales del siglo XX como un valor supremo, casi absoluto. En buena parte el siglo pasado ha sido calificado como el siglo de las libertades, porque tantos pueblos han recuperado su independencia, su derecho a organizarse autónoma y libremente. Siendo esto una realidad, no pueden considerarse verdaderamente libres los que ejercitan abusivamente su libertad, arrogándose el derecho a acabar con la libertad de los más desvalidos y necesitados de protección. Este “colonialismo” es más grave e injusto aún que el cultural, económico o político que hemos abolido en este siglo, y por tanto es más necesario terminar con él.
Para muchos países, la superación de sistemas de gobierno más o menos totalitarios y la instauración de la democracia ha supuesto un gran adelanto. Pero no podemos olvidar que la democracia es un ordenamiento y como tal un “instrumento” al servicio de los derechos y la igualdad de todos los ciudadanos, no un “fin” en sí misma, por lo que si aún con el consentimiento de una mayoría parlamentaria se aprueban o se permiten leyes injustas -y no puede haber mayor injusticia que aprobar la muerte de seres inocentes-, la democracia se desvirtúa, se desnaturaliza.
Su valor real depende de los valores que encarne o promueva Y entre esos valores fundamentales el primero es el derecho a la vida. “La democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustituto de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad” (Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, n. 70-71).
NO hay peor ESCLAVITUD que la del nonato “machacado hasta encontrar la muerte” por decisión de su propia madre, tomada sin sentido y/o presionada por la sociedad en lugar de ser apoyada. Recordemos: Hablamos de vidas humanas, no de objetos ceñidos a los intereses particulares de cada uno de nosotros.

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